Haciendo un poco de limpieza en el ordenador, he encontrado este relato. Garbiñe lo escribió para mi y me lo dio con mucho cariño. Hoy, me ha apetecido compartirlo con todo el que lo quiera leer. De verdad, que merece la pena.
Mila esker Garbiñe oso polita da eta!
MENELIK
Un cuento pequeño sobre
pequeños encuentros
Yo vivía en
una calle céntrica de Iruña cuando mi familia se mudó temporalmente conmigo,
mientras realizaban unas reformas en su
casa. En 50m2 tuvimos que apañarnos siete personas, pero la escasez de espacio
se compensaba con la calidez de los encuentros, y recuerdo aquellos días, que
transcurrieron en invierno, como días de risas y tertulias que se alargaban
hasta las tantas de la mañana.
Coincidió que
cuando se trasladaron a mi casa, también se estaba reformando el portal, y
entre los trabajadores, había uno que saludaba siempre muy educadamente: “buenoh riah”.
-Buenos días- le contestaba yo.
Era alto y negro; pero muy muy negro; negro como la tinta de los txipirones!
Un día bajaba yo por las
escaleras con mi sobrino Amaiur en brazos, que por entonces contaría con apenas
un año, y muy amablemente saludó como siempre:
-“Buenoh
riah”
-Buenos
días- contesté yo.
Y ante mi espanto, Amaiur abrió
desmesuradamente sus ya de por sí grandes ojos, y apretó sus manitas en mis
hombros estrujándome el abrigo mientras continuaba mirando sin descaro ni pudor
ni reparo al primer hombre negro que veía en su corta vida.
No parpadeaba;
yo diría que ni respiraba siquiera durante aquellos segundos que se me
antojaron interminables, y en los que hubiera querido explicar, lo que
evidentemente no necesitaba explicación.
-Ah,
no muchoh aquí como yoh, entienro- y
sonrió
-
Menelik io iamo- añadió.
-Me-ne-lik;
hijo re homrre que sabe mucho dise mi nomrre- y los ojos de Amaiur comenzaron a recuperar su tamaño
normal, y sus manitas a aflojarse.
-Ah, encantada de conocerte Menelik. De
dónde eres?- le pregunté mientras notaba que se reanudaba la respiración de
Amaiur.
-Muy
muy lehos- contestó aquel hombre muy
muy negro; negro como la tinta de los
txipirones, del que ahora además del color de su piel y su nombre, conoceríamos
también el país de donde procedía.
-Etiopía;
muuucho calor- añadió mostrando su sonrisa
espectacularmente blanca,iluminando su rostro espectacularmente negro.
Entonces
Amaiur soltó su manita de mi hombro, lo señaló con su dedito enfundado en su
guante, como siglos antes hiciera Colón con América y después ET con teeeleeefonoooo y alto y claro dijo : “ ME-TO-TO-PI-KÉ”
Recuerdo
las carcajadas de Menelik. Es curioso, porque sea cual sea el idioma que
hablemos, reímos y sonreímos igual.
Amaiur, al escuchar nuestras risas, entendió que su
traducción de “Menelik es negro y viene de Etiopía” nos había hecho mucha
gracia y repitió y volvió a repetir Metotopiké-Metotopiké-Metotopiké
hasta que entre risas conseguí salir del portal
venciendo la resistencia de Amaiur a poner fin a un pasatiempo tan divertido.
De
resultas del encuentro, en cuanto pude, fui corriendo a mirar en un Atlas dónde
estaba Etiopía, porque todo lo que sabía
era que se encontraba en África. Así supe por ejemplo que la rodean otros
países cuyo nombre había escuchado antes, como Somalia y Sudán, y otros que al
menos no recordaba haberlos oído nunca como Eritrea y Yibuti, y que en los
mapas queda cerquita del Mar Rojo, en lo que se conoce como el Cuerno de África.
Supe de su capital Addis Abeba, de su idioma y su escritura: el “amaric”, y de
al menos doce etnias que lo pueblan.
En los días que siguieron y mientras duró la estancia de Amaiur en mi casa, cuando salía
o entraba al portal decía : Mototopiké?.
Y cuando Menelik trabajaba y escuchaba bajar las
escaleras, esperaba sonriente encontrar la carita de Amaiur para espetar
un sonoro Mototopiké
que nos hacía estallar en carcajadas.
En los días que siguieron, y hasta que Amaiur adquirió un
vocabulario más variado, Mototopiké fueron todas las personas de color que viera por la
calle, pero la sonrisa de Menelik nos abrió las puertas de algo que no
conocíamos, y la prueba de su importancia es que hoy, veinte años después,
recuerdo su nombre y te estoy hablando de él.
Nos asombra
y nos inquieta descubrir lo distinto. Y la curiosidad por conocerlo nos mueve a
acercarnos a ello, porque en el fondo, nos estamos conociendo y reconociendo a
nosotros mismos; no hacemos sino buscar en el atlas ese rincón de la geografía
que desconocemos.
Se girarán
para mirarte, Maia; quizá tan sólo movidos por la misma curiosidad con la que
yo me asomé al cochecito que felices y sonrientes llevaban Laura y Alberto y al
verte,te intuí distinta, pero igualmente hermosa.
Se girarán para mirarte,
Maia, pero no será para reirse de ti. En
algún momento, todos somos Amaiur queriendo entender, saber, aprender,reconocer….
conocer!
Quizá sólo se giren porque
quieran saber de ti, y de cómo para alcanzar el botón del ascensor que sube
hasta tu casa, sacas tu varita mágica disfrazada de cepillo de pelo y zas! haces magia, y llegas tan alto y tan lejos
como tus deseos.
No temas:
date la vuelta y sonríe. Ábreles el atlas de tu geografía, y la próxima vez que
te cruces con ellos, te mirarán de frente, y sonreiréis juntos.
P.D. Este relato no termina aquí.
En el espacio que queda debes pegar una de esas
fotografías en las que luces la mejor de tus sonrisas.