domingo, 30 de noviembre de 2014

MENELIK

Haciendo un poco de limpieza en el ordenador, he encontrado este relato. Garbiñe lo escribió para mi y me lo dio con mucho cariño. Hoy, me ha apetecido compartirlo con todo el que lo quiera leer. De verdad, que merece la pena. 
Mila esker Garbiñe oso polita da eta!



MENELIK
Un cuento pequeño sobre pequeños encuentros

Yo vivía en una calle céntrica de Iruña cuando mi familia se mudó temporalmente conmigo, mientras realizaban unas reformas  en su casa. En 50m2 tuvimos que apañarnos siete personas, pero la escasez de espacio se compensaba con la calidez de los encuentros, y recuerdo aquellos días, que transcurrieron en invierno, como días de risas y tertulias que se alargaban hasta las tantas de la mañana.
Coincidió que cuando se trasladaron a mi casa, también se estaba reformando el portal, y entre los trabajadores, había uno que saludaba siempre muy educadamente: “buenoh riah”.
-Buenos días- le contestaba yo.
Era alto y negro; pero muy muy negro; negro como la tinta de los txipirones!
             Un día bajaba yo  por las escaleras con mi sobrino Amaiur en brazos, que por entonces contaría con apenas un año, y muy amablemente saludó como siempre:
-“Buenoh riah”
-Buenos días- contesté yo.
Y  ante mi espanto, Amaiur abrió desmesuradamente sus ya de por sí grandes ojos, y apretó sus manitas en mis hombros estrujándome el abrigo mientras continuaba mirando sin descaro ni pudor ni reparo al primer hombre negro que veía en su corta vida.
No parpadeaba; yo diría que ni respiraba siquiera durante aquellos segundos que se me antojaron interminables, y en los que hubiera querido explicar, lo que evidentemente no necesitaba explicación.
-Ah, no muchoh aquí como yoh, entienro- y sonrió
- Menelik io iamo- añadió.
-Me-ne-lik; hijo re homrre que sabe mucho dise mi nomrre- y los ojos de Amaiur comenzaron a recuperar su tamaño normal, y sus manitas a aflojarse.
-Ah, encantada de conocerte Menelik. De dónde eres?- le pregunté mientras notaba que se reanudaba la respiración de Amaiur.
-Muy muy lehos- contestó aquel hombre muy muy negro; negro como la tinta de los txipirones, del que ahora además del color de su piel y su nombre, conoceríamos también el país de donde procedía.
-Etiopía; muuucho calor- añadió mostrando su sonrisa espectacularmente blanca,iluminando su rostro espectacularmente negro.
         Entonces Amaiur soltó su manita de mi hombro, lo señaló con su dedito enfundado en su guante, como siglos antes hiciera Colón con América y después  ET con teeeleeefonoooo y  alto y claro dijo : “ ME-TO-TO-PI-KÉ”
         Recuerdo las carcajadas de Menelik. Es curioso, porque sea cual sea el idioma que hablemos, reímos y sonreímos igual.
         Amaiur, al escuchar nuestras risas, entendió que su traducción de “Menelik es negro y viene de Etiopía” nos había hecho mucha gracia y repitió y volvió a repetir Metotopiké-Metotopiké-Metotopiké hasta que entre risas conseguí salir del portal venciendo la resistencia de Amaiur a poner fin a un pasatiempo tan divertido.
         De resultas del encuentro, en cuanto pude, fui corriendo a mirar en un Atlas dónde estaba Etiopía, porque todo lo  que sabía era que se encontraba en África. Así supe por ejemplo que la rodean otros países cuyo nombre había escuchado antes, como Somalia y Sudán, y otros que al menos no recordaba haberlos oído nunca como Eritrea y Yibuti, y que en los mapas queda cerquita del Mar Rojo, en lo que se conoce como el Cuerno de África. Supe de su capital Addis Abeba, de su idioma y su escritura: el “amaric”, y de al menos doce etnias que lo pueblan.
         En los días que siguieron y mientras duró  la estancia de Amaiur en mi casa, cuando salía o entraba al portal decía : Mototopiké?. Y cuando Menelik trabajaba y escuchaba bajar las escaleras, esperaba sonriente encontrar la carita de Amaiur para espetar un sonoro Mototopiké que nos hacía estallar en carcajadas.
         En los días que siguieron, y hasta que Amaiur adquirió un vocabulario más variado, Mototopiké fueron todas las personas de color que viera por la calle, pero la sonrisa de Menelik nos abrió las puertas de algo que no conocíamos, y la prueba de su importancia es que hoy, veinte años después, recuerdo su nombre y te estoy hablando de él.



         Nos asombra y nos inquieta descubrir lo distinto. Y la curiosidad por conocerlo nos mueve a acercarnos a ello, porque en el fondo, nos estamos conociendo y reconociendo a nosotros mismos; no hacemos sino buscar en el atlas ese rincón de la geografía que desconocemos.
         Se girarán para mirarte, Maia; quizá tan sólo movidos por la misma curiosidad con la que yo me asomé al cochecito que felices y sonrientes llevaban Laura y Alberto y al verte,te intuí distinta, pero igualmente hermosa.
Se girarán para mirarte, Maia, pero no será  para reirse de ti. En algún momento, todos somos Amaiur queriendo entender, saber, aprender,reconocer…. conocer!
Quizá sólo se giren porque quieran saber de ti, y de cómo para alcanzar el botón del ascensor que sube hasta tu casa, sacas tu varita mágica disfrazada de cepillo de pelo y zas!  haces magia, y llegas tan alto y tan lejos como tus deseos.
         No temas: date la vuelta y sonríe. Ábreles el atlas de tu geografía, y la próxima vez que te cruces con ellos, te mirarán de frente, y sonreiréis juntos.


P.D. Este relato no termina aquí.
En el espacio que queda debes pegar una de esas fotografías en las que luces la mejor de tus sonrisas.