El silencio ha sido muy largo desde que escribí la ultima entrada en el blog (25 de Enero). No ha habido ganas, ni tiempo. He ido guardando para mi lo pasado, lo sufrido y lo superado, compartiéndolo sólo con los más cercanos. Ahora es el momento de empezar a desvelar lo que han sido para mi estos últimos 5 meses. Este texto lo escribí hace un mes, cuando Iván Benítez (periodista del Diario de Navarra) que ya hizo un reportaje sobre la acondroplasia, me pidió que hiciera una reflexión sobre lo que estoy viviendo. Este es el resultado:
Yo decidí operarme. Sabía que era duro, (muchos de mis
amigos lo han hecho antes que yo), pero no tanto. Sé que en 8, 9 o 10 meses me
liberarán de los fijadores, habré mejorado mucho y merecerá la pena para el
resto de mi vida. Como Yago dijo “ahora puedo mirar a mis amigos a los ojos”. A
mí, todavía me faltará altura para poder hacerlo, pero estaré más cerca de
conseguirlo.
No hay que tener miedo, aunque el dolor da miedo. Da miedo
porque todo te hace daño, hasta lo que te hacen con cariño. A mí, ya me duele
menos, voy mejorando desde que terminé el alargamiento. Ahora, sólo me duelen
las heridas, donde tengo los clavos de los fémures. Así que estoy más contenta,
duermo mejor, las horas del instituto ya no son interminables, ha vuelto la
alegría.
Yo, a lo que de verdad tenía miedo, es a morirme en el
quirófano, a no despertarme nunca más. Ese momento en el que entras en el
quirófano y los médicos te están esperando, da escalofríos. También, tuve miedo
de despertarme en medio de la operación, a que no funcionara la anestesia. Pero
cuando me desperté, no había pasado nada de eso y lo único que quería era ver
lo que me habían hecho en las piernas. Tienes la realidad delante tuya.
Luego, cuando sales del hospital, te tienes que acostumbrar
a tu nueva vida. Aunque todo vaya bien, el día a día te machaca. Casi sin
dormir, al instituto, muchas horas sentada en la silla de la misma postura. Las
curas ácidas, la rehabilitación…¡todos los días! Todo es un esfuerzo, pero si
quieres, puedes.
La doctora Guardo, la mejor en rehabilitación en
elongaciones óseas, me preguntó en el congreso de la Fundación Alpe “¿de quién
son las piernas?”, y yo le respondí “mías”. Así que ya sabes lo que toca.
A las noches llega lo peor. Te tumbas, boca arriba todo el
tiempo sin poder cambiar de postura y las piernas pesan ¡estresa! Y viene el
peor dolor y los dolores van cambiando, cada vez son distintos.
Lo mejor, ¡mi gente! Mi familia, mi kuadri y todos los que
me apoyan y están ahí, sin yo pedirlo. Gracias a todos lo estoy superando.
¡¡¡Va Maia!!! ¡¡¡Qué
puedes!!!!
¡Dos pasos más!
¡¡Gogor!!
Sólo hay que pasarlo, al final me espera la recompensa: unas
piernas con las que llegar más alto.